8 de febrero de 2016

JAMÁS HABÍA SENTIDO ALGO IGUAL EN NINGÚN OTRO LUGAR

Ella es Nuria, una joven de Granada que con tan sólo 17 años decidió que quería estudiar Filología Árabe. Jamás había estado en un país con población árabe, no conocía a ningún marroquí y apenas sabía nada de su cultura pero ese amor platónico y aparentemente infundamentado le ha llevado, no sólo a viajar al Magreb en varias ocasiones, sino a vivir en Fez durante 6 meses.

"Ya llevaba unos años estudiando la cultura y el idioma pero aún no había estado en un ningún país árabe así que me decidí por el más cercano y me apunté a un voluntariado de actividades de verano. Como cualquier occidental cargada de estereotipos, reconozco que me daba miedo emprender sola esta aventura. Así que lié a mi mejor amiga para que me acompañase y en menos de un mes ya teníamos nuestro billete Almería -Nador en ferry para vivir la que se convertiría en una de las mejores experiencias de nuestras vidas. 
Era nuestro primer viaje a Marruecos y no queríamos visitar las ciudades más turísticas. Queríamos meternos hasta la cocina, como se suele decir. Queríamos vivirlo desde dentro y nuestro destino fue Errachidia. Fueron más de 15 horas de autobús en las que en la cara de mi amiga sólo podía leer: “¿En qué momento me has metido aquí? ¡Maldita la hora en la que te hice caso!”  
Las primeras horas pasaron con mucha ilusión y emoción pero se fueron desvaneciendo conforme las carreteras asfaltadas lo hacían también... Eran las 5 de la mañana cuando, por fin, llegamos a Errachidia. Bajamos del autobús y todo estaba oscuro. No entendíamos a nadie y todo lo que podíamos ver eran hombres a nuestro alrededor. Mentiría si dijera que no sentí respeto al pisar suelo marroquí. Sin saberlo, llegamos cargadas de prejuicios y de estereotipos que los medios de comunicación y la sociedad nos habían estado inculcando hasta ese momento. Pero todo ese miedo desapareció cuando entendimos dónde estábamos. La gente en el pueblo era amable con nosotras, todo el mundo se ofrecía a ayudarnos cuando nos veían un poco perdidas sin esperar nada a cambio. Quizá fue esa una de las cosas que más me costó entender; mi mente occidental no asimilaba que aquella gente me tendiera una mano siempre que lo necesitaba a cambio de nada.  
Apenas habían pasado unas horas y sentía que llevaba viviendo en Marruecos toda mi vida. Jamás había sentido algo similar en ningún otro lugar. Paseábamos por la medina a cualquier hora, dormíamos mirando las estrellas en el patio del colegio, despertábamos con el canto de los gallos, desayunábamos msmen con quesitos acompañado de té, nos duchábamos con un hilo de agua y hacía mis necesidades en un agujero en el suelo. Pero no me importaba. Tampoco que fuese Ramadán y casi ayunásemos porque todo estaba cerrado. Sólo me importaban ellos, los niños llenos de alegría, con ganas de abrazos, de saltar, de reír... Y la energía de un niño marroquí os juro que se contagia. ¡Ay! Recuerdo a mis niñas tan dispuestas, con ese carácter tremendo... Pequeñas mujercitas. 
 
Se suponía que habíamos viajado a Errachidia a ayudar pero si algo tengo claro es que, aunque suene a tópico, aquellas personas con las que convivíamos me daban mucho más de lo que jamás podría darle yo a ellos. Muchos vivían en poblados, a las afueras de la ciudad, en casas sin techo... y su manera de sonreír me hacía replantearme y pararme a pensar en qué es lo que importa realmente. No tenían nada y me lo daban todo. Nunca había visto a gente con tanta vida, con tanta fuera. Y esa energía me la contagiaban... ¡y de qué manera! 
Me acuerdo de todos y cada uno de ellos. Me marcaron y dejaron en mi una huella ya imborrable. Disfruté de la gente, de sus comidas, de su rojo paisaje, de un té con las llamadas a la oración de fondo. Llegué a disfrutar incluso de los 48 grados. Aprendí que la “prisa mata” y olvidé. En Marruecos olvidé el tiempo, los problemas y, aunque suene demasiado bien, me dejé llevar... Porque el valor de las cosas no está en el tiempo que duren, si no en la intensidad con que suceden. Existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables y yo las encontré en ti, Marruecos.  
  
Gracias, Carlota, por dejarme aportar mi pequeño granito de arena en tu magnífico blog. Leerte me transporta directamente a Marruecos y tu manera de explicar las cosas me hace sentir que te conozco de toda la vida. De verdad, gracias".


Si quieres que tu historia también aparezca por aquí sólo tienes que pedirlo. Ponte en contacto conmigo e intentemos entre todos, desde nuestra experiencia personal, transmitir la realidad, buena y menos buena, de Marruecos.

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